Nunca me había emborrachado. No voy a decir que no había tomado antes pero pedo, pedo, nunca había estado. He aquí la historia de aquella noche de abril en la que el alcohol me permitió hablar sin algún temor.
Era la boda de un amigo y la recepción fue al aire libre. Era una noche con mucho viento y sorpresivamente fría. Para ganarle al frío, mi amigo propuso comprar una botella de Patrón. Y así fue. Caminamos a la licorería más cercana y ¡Salud! Pa’ que se nos quite el frío y brindar por una vida mejor. ¿Mejor? Así como estaban las cosas en mi casa, la vida me pesaba.
Pero ahí no terminó la fiesta. Seguimos brindando en la que sería la ex-casa del novio. Más Patrón y una que otra Pacífico. Perdí la cuenta de los shots que me tomé, pero fueron más de seis en menos de cinco minutos. Cuando me paré, me sentí como recién bajado de las teacups de Disneyland, bien mareado. Sentía que estaba patas arriba. Fui al baño y ya casi tomaba agua purificada…con pipí y caca. Casi me caigo de cabeza en el excusado. El mundo seguía dando vuelta y yo seguí tomando más cerveza importada.
Se llegó la hora de ir a casa pues ya eran las tres de la mañana y mi amiga nos llevo a la bola de borrachos a nuestros respectivos hogares. En el carro empecé a hablar, hablar y hablar y también a llorar, llorar, y más llorar. Éramos cinco en el carro y todos sólo me trataban de consolar y hasta hice a algunos llorar.
Llegue a casa con los ojos rojos como si me hubiera fumado un toque de la tía María Juana. Prendí la luz de mi cuarto y ¡Sorpresa! Miré a mi mamá y escuche su dulce voz que me dijo: "¡Estás borracho!"
Y con la facilidad de palabra y la honestidad que el alcohol nos regala, sin pensarlo le dije, "¡Sí, estoy borracho!" – "¿Por qué?" Muy consternada me preguntó. – "¡Tú sabes porque!
Estas palabras se convirtieron en una conversación de una hora. Bueno, yo hablé toda la hora. Ella sólo me escuchaba y me miraba con lástima. Me prometió que todo cambiaría, que ella y yo estaríamos bien. Yo le creí. Me sequé las lágrimas, le besé la nariz, y ella me cobijó y en tres segundos el mundo se apagó.
Esa tormentosa madrugada, le dije a mi amá todo lo que mi corazón sentía después de que por una semana entera ella me dijera que mejor quería estar muerta, que como era posible que yo así fuera, que era una vergüenza, estaba mal, que cochinada, ¡Qué asco! ¡Cambia! ¡Haz algo! ¿No tiene cura?
Todo esto pasó por algo que les dije a mis papás cinco días antes de la borrachera. Mientras lloraba y todo el cuerpo me temblaba, prendí el fosforo que incendiaría el fuego que hasta ahora más me ha quemado el alma. Después de esas cinco palabras llegaron noches de culpa, inseguridad, miedo, coraje, impotencia, dolor, pero también valentía, honor, dignidad y aceptación por quién soy. Así que entre mocos y lágrimas saladas les dije: "Pues, es que soy gay."
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7 months ago
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